“Cuando alzó Jesús los ojos, y vio que había
venido a él gran multitud, dijo a Felipe: ¿De dónde compraremos pan para que
coman éstos?… Andrés… le dijo: Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de
cebada y dos pececillos… Y tomó Jesús aquellos panes, y habiendo dado gracias,
los repartió entre los discípulos, y los discípulos entre los que estaban
recostados; asimismo de los peces, cuanto querían” (Juan 6:5-11).
Cuando Jesús da, siempre da en abundancia. El día de la multiplicación
de los panes sobró doce cestas.
En
Caná, Jesús dio vino en abundancia (Juan 2:7-9). Cuando los apóstoles
regresaron de la pesca con las manos vacías, Jesús los envió nuevamente a
pescar, y entonces sus redes se rompían debido a la cantidad de peces (Lucas
5:1-11).
Pero
si leemos bien el texto, hay otro detalle que nos sorprenderá: en cada ocasión
Jesús pide a sus discípulos un mínimo esfuerzo. Él desea que participemos. Nos
da todo y aún más, pero quiere que seamos
conscientes de que necesitamos su ayuda. En ese lugar desierto donde Jesús
enseñaba a las multitudes, las sació con cinco panes y dos peces que un niño le
había dado; y todos comieron. Jesús hubiese podido hacerlo a partir de la nada.
Durante la boda de Caná, María dijo a Jesús
que faltaba vino. Él pidió que llenasen de agua los recipientes, aunque hubiese
podido hacer el vino sin necesidad de agua. Jesús hubiese podido llenar de
peces la barca sin que sus discípulos, muy cansados, regresaran a pescar.
Jesús hizo un esfuerzo para ir a la cruz y
morir para salvarnos ¿Qué espera él de nosotros? Sólo un pequeño esfuerzo.
Decirle perdóname, quiero tu salvación… y Jesús nos dará paz, felicidad, gozo,
vida y vida en abundancia (Juan 10:10b). Luego renunciar al pecado, de los que
tanto nos gusta y que ofende a Dios. Con la seguridad que nos dará también la respuesta
a nuestras necesidades del momento.
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