sábado, 14 de diciembre de 2013

JUDAS



 “A los que me diste, yo los guardé, y ninguno de  ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese” Juan 17:12

   Este nombre recuerda la historia más lamentable que se pueda imaginar: la del hombre que, contado entre los apóstoles, llegó a ser el más abominable de los traidores.  Su carácter es indignante y su proyecto vil.  Su infame trato con los principales sacerdotes inspira asco.  Y ¿qué decir de su hipocresía para con su Maestro, a quien entrega con un beso?  No es de extrañar que, desequilibrado por el remordimiento, termine por suicidarse.  En cuanto su alma, ella pasó a la eterna desgracia.

   Durante tres años Judas había sido objeto de un sin número de gracias.  Vivía en la proximidad de Jesús.  De él ya hablaba el Señor en el Salmo 41:9: “El hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó contra mí el calcañar”.  Era uno de los doce, particularmente se le confió la bolsa de dinero para su administración, pero robaba Juan 13: 29; Hechos 1:18.  Su disimulo lo llevó a una confianza plena.  Los discípulos no se dieron cuenta de la traición “Lo que vas a hacer, hazlo más pronto” Juan 13:27. ¿Cuál  fue su perdición? Su amor al dinero.  Perdió su alma a causa de ese miserable ídolo.

     Judas lleva un nombre aterrador “hijo de perdición” Juan 17:12. El anticristo, el gran enemigo de los últimos días llevará el mismo título y tendrá el mismo fin 2Tesalonicenses 2:3; Apocalipsis 19:20.  Hoy existe un engaño con los nombres bíblicos como, Abel, Moisés, Jesús María. Se cree que el llevar uno de estos hay privilegios. 

    Que oportuno decir que todos somos pecadores y que al nacer traemos con nosotros la marca del pecado, así tenga el más excelente nombre;  pues si al niño no se lo conduce desde esa edad a Jesús, su fin cuando sea adulto y muera sin  el Evangelio, el infierno estará esperándolo por toda la eternidad junto con el diablo, judas y otros. Igual con aquellos que utilizan la religión como pretexto,  Juan Pablo II, y los demás papas y/o las obras de algunos celebres hombres; pues ellos no es garantía para la salvación.  El vaticano es un sofisma.  El verdadero cristiano se arrepiente, clama perdón, acepta solo a Jesús y su sacrificio para su salvación;  se aparta del pecado y de su falsa religión.         

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