sábado, 14 de diciembre de 2013

DE UNA TRAGEDIA A UN TRIUNFO



“Entonces vi el cielo abierto;  y he aquí un caballo blanco,  y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero,  y con justicia juzga y pelea. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre;  y su nombre es: EL VERBO DE DIOS”  (Apocalipsis 19: 11, 13).

   Si preguntásemos a los historiadores cuál fue la catástrofe más sobresaliente en la historia humana, seguramente obtendríamos respuestas muy diferentes. Sin embargo, al leer la Biblia, la Palabra de Dios, nos damos cuenta de que la mayor tragedia de todos los tiempos es sin lugar a dudas la introducción del pecado en el mundo. En efecto, cuando el hombre escuchó al diablo en vez de obedecer a Dios, cayó en el pecado (Génesis 3: 1-7). Las consecuencias del pecado fueron inmediatas: “Como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres” (Romanos 5:12).

 Estas consecuencias están presentes en todas las civilizaciones y en todos los tiempos. El pecado es el origen de todos los problemas de la humanidad. Las guerras, los genocidios, los asesinatos, todas las injusticias tienen su origen en el mal que mora en el corazón del hombre.  Pero la Biblia, que comienza presentándonos esta tragedia, termina con un triunfo. En su amor Dios respondió al triste estado del hombre. Jesucristo vino a manifestar este amor en medio de una humanidad perdida. Si su muerte en la cruz pareció ser una derrota, el amor divino fue, sin embargo, el más fuerte. Jesús resucitado triunfó sobre el pecado y sobre la muerte. ¡Él expió los pecados de los que creen en él!

 (Juan 3:16; Filipenses 2: 6-11: Romanos 14:9).

   Los creyentes han sido asociados a su triunfo y están unidos a él por la eternidad. Un día reinará como vencedor en este mundo, en donde sufrió tanto cuando estuvo aquí en la tierra, su venganza será real (Hebreos 10:30,31; Romanos 12:19).  Jesús “tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores” (Apocalipsis 19:16).

   Lector declárese pecador ante Dios, confíense sus pecados, clame perdón y acepte a Jesús como su salvador; así usted también será un vencedor, pasa de la muerte a la vida eterna (Juan 3:36; 5:24).

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