lunes, 27 de octubre de 2008

LA LIMPIEZA DEL LEPROSO

(Levítico 13:4; 14:1-57; Números 5:1-3; Deuteronomio 24:8; Mateo 8:2; Lucas 17:12-19).

En el antiguo Testamento, el leproso debía ser examinado por el sacerdote de aquel entonces fuera del campamento. Si estaba sano, ofrecía dos avecillas vivas, limpias, con madera de cedro, grana e hisopo. Una avecilla era muerta sobre aguas corrientes y la otra junto con las ramas, se mojaba en la sangre de la avecilla muerta. El leproso sano era rociado con la sangre siete veces y declarado limpio. Entonces la avecilla viva se soltaba.
El leproso se consideraba inmundo, excluido del campamento de Dios y de su pueblo, era miserable, etc., Por estas razones había necesidad de la sangre y de las aguas corrientes para la limpieza de un leproso, figura también de la sangre de Cristo y la obra regeneradora del Espíritu Santo.

La lepra es una figura o ilustración del pecado. Como pecadores, estamos destituidos del cielo, lejos de la presencia de Dios. Solo cuando un pecador se inclina hacia el Señor en arrepentimiento y fe; la muerte y resurrección de Cristo (ilustrada por las dos avecillas) son puestas a su cuenta, es decir, es perdonado. La sangre es aplicada por el poder del Espíritu Santo y a los ojos de Dios, la persona está limpia (Rom. 3:23; Hebreos 1:7; Colosenses 1:20).

Querido lector, así como el leproso tenía que lavar sus vestidos, raparse todo su pelo y lavar su cuerpo para entrar en el campamento, (figura del cielo). Usted, un leproso, debe también ser lavado con la preciosa sangre que Cristo derramó en la cruz. Al arrepentirse de sus pecados y aceptarlo como su Salvador, será limpio de su lepra para estar en la mansión celestial por toda la eternidad. Solo Jesucristo, el gran Sumo Sacerdote puede declararlo limpio ante Dios su Padre. No espere más, declárese un pecador, para ser perdonado (1ª Pedro 1:2; Hebreos 10:10-22; Lucas 18:11-14).