“Regocijaos de que vuestros nombres están
escritos en los cielos” (Lucas 10:20).
Nuestro nombre cada uno de nosotros lo recibió el día de su nacimiento:
es el que escogieron nuestros padres, seguido por el apellido de ellos.
Desde entonces este nombre figura en todos nuestros documentos de
identidad. ¡Cuántas veces lo hemos deletreado,
escrito, registrado o subrayado! Este nombre nos pertenece, está ligado a nuestra vida y no podemos cambiarlo. Un día estará grabado también en una tumba.
Los
archivos de los hombres desaparecen tarde o temprano, pero el registro de Dios
está conservado y puesto al día en el cielo, para ser abierto en aquel solemne
día del juicio (Apocalipsis 20:12-15).
Hoy es el llamado para recibir a Cristo como Salvador y decir presente,
esto es: cuando nos arrepentimos de nuestros pecados, entonces somos rociados
por su sangre, perdonados y nuestros nombres serán borrados de los libros del
gran juicio, para ser inscritos en el
libro de la vida (1ª Pedro 1:2;
Apocalipsis 3:5). Podemos estar seguros
de que nuestra vida eterna es segura.
Así estaremos para siempre con el Señor en la eternidad, “El que en él cree, no es condenado” (Juan
3:18).
Los privilegios de pertenecer a Dios no nos son concedidos por una
autoridad religiosa o alguna buena obra, sino por la fe (Efesios 2:8,9). Y en esta familia cada uno está inscrito por
siempre en el registro divino del cielo.
“No se turbe vuestro corazón;
creéis en Dios, creed también en
mí. En la casa de mi Padre muchas
moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy,
pues, a preparar lugar para vosotros.
Y si me fuere y os preparare lugar,
vendré otra vez, y os tomaré a mí
mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:1-3). Esta es la promesa para los que estamos en
Cristo. Lector no espera mas, apresúrese, clame perdón, así su nombre también
estará inscrito en el cielo.
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