“Bienaventurado el varón que
no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de
escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Dios está su delicia, y en
su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de
aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará”
(Salmo 1: 1 - 3).
El que observa un árbol sólo mira el
crecimiento por fuera y no ve lo que hace el trabajo invisible de la
substancia. El vigor del árbol, sus
flores y sus frutos dejarán ver el buen funcionamiento de sus raíces (Jeremías
17:7-8). Ocurre lo mismo con todo ser
humano. A cada uno de nosotros nos corresponde escoger en qué suelo vamos a
introducir nuestras raíces, qué es lo que va a alimentar nuestra mente y
nuestros sentimientos: lecturas, conversaciones, revistas, etc... No podemos
crecer espiritualmente si no sacamos el alimento del rico alimento que es la
Palabra de Dios (Deuteronomio 6: 4-9; 2ª Timoteo 3:16). En ella hallamos las verdades y las promesas
para enfrentar con confianza las intemperies de la vida, y algo más importante,
nuestra salvación. Si leemos la Biblia con regularidad y perseverancia, seremos
ese árbol verde y lleno de savia, que lleva fruto hasta la vejez (Salmo 92:14).
Cristo fue el que cumplió lo que dice el
versículo del encabezamiento, pero murió en la cruz por usted y por mí, como un
vil pecador. Al aceptarlo como salvador, suplicando perdón por nuestros malos
frutos, echamos nuestras raíces en lo bueno, ya que estas siempre han estado
sembradas en este mundo dominado por el diablo (1ªJuan 1:9; Juan 8:44; 12: 31;
2Tim. 2:26; 1ª Juan 3:10).
Jesús resucitó, subió al cielo y volverá;
solo llevará a aquellos que están unidos al árbol de la vida, el cual es él.
Por lo tanto, con prontitud echemos nuestra raíces, la fe en Jesús, él quiere
que usted, lector, esté perdonado; porque solo él conoce el pecado que usted
lleva por dentro (Ap. 22:14; 1ª Corintios
4: 5; Hebreos 4:12).
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