sábado, 20 de noviembre de 2010

ME DECLARO PECADOR

“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139: 2-4, 23-24).

Dios tiene un perfecto conocimiento, no sólo de cuanto hacemos o decimos, sino también de nuestros más secretos pensamientos. Discierne todo lo que hay en nuestros corazones, aun cuando nosotros mismos no lo notemos. Si, se nos exhorta a juzgarnos nosotros mismos, inmediatamente protestamos y estimamos que todo en nosotros está bien, y que el culpable es el prójimo. ¡Qué poco nos conocemos! A menudo necesitamos aprender, mediante diversas experiencias, que siempre es conveniente examinar, ante todo, el estado de nuestro corazón, así, podemos decir, “Examíname, oh Dios”.

Dejémonos “Examinar” por Dios, por “la palabra de Dios… viva y eficaz”; ella es “más cortante que toda espada de dos filos”. “discierne los pensamientos y las intensiones del corazón”, ya que “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4: 12-13). ¡No intentemos pues, desviar el filo de la Palabra, aplanar la punta de la espada, si queremos mantenernos en una buena condición moral!, con toda rectitud, pudiéramos decir: “De nada tengo mala conciencia”, pero también añadiríamos: “No por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor” (1ª cor. 4:4).

Todos los hechos serán expuestos en el Gran Trono Blanco “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Apocalipsis 20:12). ¿Quienes son los que no estaremos en este juicio? Los que nos apoyamos en esta palabra: “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. … Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado” (Romanos 10: 9-11).
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1ª Juan 1:9). ¿Qué espera? Declárese pecador, pida perdón y acepte la vida eterna, reciba a Cristo como su Salvador, así Dios lo guiará en el camino de la salvación.

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