El cristiano
era un hombre completamente condenado en cuanto a su vida anterior. En el
momento que se entregó al Señor, reconoció ser pecador y que vivía en la carne
haciendo toda clase de maldad. Miró su
juicio en la persona de Cristo en la cruz, un juicio completo, pues, observó a
Jesús hecho pecado, su sustituto; que al clamar perdón y reconocer a Jesús como
su salvador, el pasado hombre terminó allí en ese momento (2a Cor. 5:21; 1
Pedro 2:24). Es por eso que el apóstol
Pablo dice: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo,
y a éste crucificado” (1ª de Corintios 2:2).
El cristiano
dice: Como pecador, yo estaba en Adán; en el momento que creí en el Señor
Jesús, hallé, la condenación de mi primer hombre, pues con él morí al
mundo. Pero ahora soy nuevo hombre, una
nueva creación. Todo lo que poseo, lo tengo de parte de Dios; fue por los
méritos de su Hijo; quien ha hecho de mí
todo lo que soy. Mi origen viene de Él.
Si poseo alguna sabiduría, alguna justicia, alguna santidad, es en Cristo. En
esta posición no hay lugar alguno para el viejo hombre, nací de nuevo; fuera de
Cristo nada puedo atribuirme de lo que soy “Mas por él estáis vosotros en
Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación,
santificación y redención; para que, como está escrito: El que gloríe, gloríese
en el Señor” (1ª de Corintios. 1: 30-31).
Por último,
el cristiano posee el Espíritu de Dios, el poder de la nueva vida, que le
capacita para comprender las cosas divinas.
Éstas son reveladas en la Palabra de Dios; está caracterizado por un
poder espiritual que se somete a esta Palabra, la lee y la obedece “… hablamos
sabiduría entre los que han alcanzado madurez;
y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen.
Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos
para nuestra gloria” (1ª de Corintios 2:6-7).
En cambio
el hombre natural, sin Cristo, no cree y no se ha arrepentido; nunca ha
depositado su fe en el sacrificio de Cristo para el perdón de sus pecados; no
entiende nada y su fin es el juicio eterno en el infierno, este es el falso
cristiano (1ªCor. 2:14-15; 1ª Timoteo 5:24; 2ª de Pedro 3:7).
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