sábado, 20 de noviembre de 2010

LA CÓLERA Y SU AMOR

¿Quién permanecerá delante de su ira? (Nahún 1:6).
Cantaré a ti, oh Señor; pues aunque te enojaste contra mí, tu indignación se apartó, y me has consolado (Isaías 12:1).

Desde el principio de su historia el hombre se apartó de Dios: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). A causa de nuestra naturaleza pecaminosa “la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia” (Colosenses 3:6). El hombre es, pues, pecador y culpable ante Dios. Su condenación fue formulada: “Ciertamente morirás” (Génesis 2:17). Por el pecado de Adán, el hecho se confirmó, porque “la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). Pero Dios es un Dios de perdón: “No ejecutaré el ardor de mi ira… porque Dios soy, y no hombre” (Oseas 11:9). Pero, ¿cómo podría apartarse la ira de Dios, ya que el hombre es pecador? Para esto fue necesario un sacrificio, el de una víctima perfecta: Jesucristo, el santo Hijo de Dios, se ofreció en lugar de los pecadores; sufrió la muerte para darles la vida. Sobre él cayó la ira de Dios cuando cargaba con el peso de nuestros pecados: “Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros… estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Rom. 5:8-9)

Los que no teníamos a Cristo antes “Éramos por naturaleza hijos de ira”, rebeldes, desobedientes (Efesios 2:3), ahora somos amados por Dios; pero fue por nuestro arrepentimiento, el pedir perdón y aceptar a Jesús como nuestro Salvador.
Para no estar en la justa cólera divina es necesario, aceptar este don gratuito de Dios. “Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:46-47; Juan 5: 24).

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