domingo, 10 de enero de 2010

CRISTO, NUESTRO SUSTITUTO

Como redimidos nunca olvidemos que nuestra vida pecaminosa nos habría llevado finalmente al lugar de los tormentos. El castigo eterno, lejos de Dios, habría sido nuestro destino. ¡Qué terrible! ¿Cómo pudimos escapar a ese triste final?
Dios nos mostró la única solución: la fe en su Hijo Jesucristo, quien tomó nuestro lugar en la cruz. ¡Qué felicidad para nosotros! Los que somos de Cristo.
Ahora bien, contemplemos a nuestro admirable sustituto. Cuando los soldados de los principales sacerdotes apresaron al Señor Jesús para crucificarle, sus discípulos debieron recordar su palabras: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). ¡Fue lo que Jesús hizo! ¿Somos conscientes de su gran amor por nosotros?
Precisamente en los sufrimientos que él tuvo que soportar en la cruz del Gólgota, su amor fue puesto a prueba de la manera más profunda. Sus discípulos lo abandonaron, sus enemigos descargaron toda su maldad sobre él. Dios lo abandonó en las tres horas de tinieblas, porque allí en ese madero él cargó con todos nuestros pecados y se halló bajo el juicio de Dios, sustituyéndonos, pues ese habría tenido que ser nuestro lugar.

Sin embargo, su amor por usted y por mí fue más fuerte que todo. A él le corresponde nuestra adoración y nuestro profundo agradecimiento. “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” y usted también querido lector (1ª Timoteo1:15). ¿Quiere tener un sustituto para no estar en la condenación eterna? Arrepiéntase confesando sus pecados directamente ante Dios y acepte a Cristo como su Salvador y en adelante diga con nosotros: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).

miércoles, 6 de enero de 2010

LA POBREZA Y LA VERGUENZA DE JESÚS

“Os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:10-11)

Un ex ministro del gobierno, escribió sus reflexiones acerca de Jesucristo. Meditó en los dos momentos clave de la vida de Jesús en la tierra: el pesebre y la cruz: Según los criterios humanos, fui alguien importante, poderoso. Pero, ¿qué valor tiene este poder al lado del que brilló en el establo de Belén? El Creador del universo estaba acostado en el pesebre, un pequeño niño, indefenso. De igual modo sin defensa, se encontraría clavado en la cruz 33 años más tarde como un vil ladrón.
Pero un Dios que se hizo voluntariamente un hombre humilde e indefenso, y más tarde se dejó crucificar por mí, muestra otro poder, el del amor. Sus hechos confunden la razón humana, en la cual me apoyé tanto a lo largo de mi carrera.

Sea en el pesebre o en la cruz, nuestros conceptos de fuerza y poder son trastornados. Por medio de Jesús, Dios se acerca a los pobres y a los desdichados. Vino a nuestro mundo y tuvo compasión de nuestra miseria, de nuestra pobreza interior. Murió en la cruz para expiar nuestros pecados. Resucitó y ahora está glorificado en la presencia de Dios su Padre.

Para el niño en el pesebre, para el Señor del mundo, no había lugar en el mesón. ¿Tiene un lugar en nuestras casas? ¿Tiene uno en nuestro corazón? Qué bueno sería para usted que hoy se arrepienta de su orgullo, como aquel ex ministro,  acepte el sacrificio de Jesucristo para el perdón de sus pecados y lo reciba como  su Salvador, para que Cristo en todo tenga la preeminencia, viviendo en humildad y sencillez de corazón (Colosenses 1:18). Dios solo quiere de usted una corta oración de fe ¡hágalo ya!

lunes, 4 de enero de 2010

E L D I A B L O

Nombre griego que significa Adversario, o también llamado Satán o Satanás. Fue el diablo que al principio engaño a Eva, desde entonces ha trastornado al hombre. Es el príncipe de este mundo y tiene poder sobre la mente humana (Juan 12:31; 2 Cor. 4:4; Efesios 2:2). La Biblia dice que todo aquel que practica el pecado es hijo del diablo (Juan 8:44). Así que no hay poder humano que detenga el engaño de este ser diabólico.

Cuando Jesús vino a la tierra para destruir el poder de Satanás, este también quiso tentarle, y trató de neutralizar el efecto del evangelio. Jesús en el desierto le citó las escrituras para contrarrestar sus ataques; el Señor le dijo: “Escrito Esta” (Lucas 4:1-13). Si Jesús hubiera cedido a la tentación no sería el Salvador del mundo, al igual que Adán hubiera quedado neutralizado.
Cuando Jesús nació, Satanás intentó destruirle, para que no vaya a la cruz; porque sabía que allí sería vencido (Mateo 2:16; Apocalipsis 12:1-5; Colosenses 2:15). Con su muerte, Jesús venció al que tenía el imperio de la muerte, al diablo (Hebreos 2:18) y llevó cautiva la cautividad (Efesios 4:8). Luego al resucitar el Señor Jesucristo, constituye, junto con la muerte de cruz, la base misma del Evangelio: la salvación del hombre perdido (1ª Corintios 15:3-4).

Lector, usted que tiene cegada su mente por el diablo, para que la luz del evangelio no resplandezca y viva engañado, creyendo que la religión lo salva, debe renunciar a toda forma de vida que el diablo le ofrece. Arrepentido de sus pecados, acepte a Jesucristo como su Salvador y viva en obediencia a sus mandatos, para que en adelante todos los ataques del diablo queden frustrados. No olvide que Satanás vino para hurtar, matar y destruir; pero Jesús vino para que tengamos vida y vida en abundancia (Juan 10:10). Ya no siga perteneciendo mas al diablo, sea de Jesucristo; porque el final de Satán es ir al infierno eterno (Apocalipsis 20:10).

LAVARSE LOS PIES

“Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no le lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos” (Juan 13: 8-10).

El que está lavado: El que recibe el mensaje del Evangelio queda totalmente limpio al recibir la justicia de Cristo. Cristo al morir en la cruz, derrama su bendita sangre para que el pecador que se arrepiente, quede lavado de la inmundicia del pecado. Obteniendo así, la salvación por la fe depositada en Jesús y su sacrificio. Dios nos considera totalmente limpios en su presencia, a pesar de nuestras debilidades y miserias. Esto es lo que se llama Justificación.

El seguir lavándose los pies: Se refiera a que todo creyente ofende a Dios en muchas cosas (Santiago 3:2), como el polvo que se pega a los pies en la jornada cotidiana, así también el que ama a Dios vive en medio de tentaciones, caídas, debilidades, etc. Esto es lo que ha de hacer: limpiarse diligentemente cada día, mediante la confesión y el arrepentimiento, para tener una comunión muy estrecha con nuestro Padre Dios. Esto es para los que han aceptado a Cristo como su Salvador.

Aunque no todos: Es cierto que muchos son los llamados, pocos son los que acuden a este anuncio (Lucas 14: 15-24; Mateo 22:14). Es necesario advertir a todo hombre, que se examine a sí mismo. Podemos de pronto confiar mucho en nuestra propia religión, sin saber que el infierno nos espera; porque la Biblia dice: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará al reino de los cielos” (Mateo 7: 21-23). Debemos tener cuidado y hacer pronta una decisión por Cristo, y dejarnos lavar por él de toda contaminación. Haga la prueba y tendrá un descanso eterno.

QUE DICE LA BIBLIA

Cuando escuchamos la ley de Moisés, los salmos y los profetas, mensajes anteriores a la venida de nuestro Señor Jesucristo, debemos discernir a Cristo en ellos y comprender lo que éstos nos enseñan de él (Agustín).
Toda la Escritura está orientada hacia Cristo. El Hijo del Dios viviente, Cristo, es el verdadero núcleo de la Sagrada Escritura… Así la interpretación de la Escritura no debe aislar ciertos pasajes o comprenderlos independientemente de su centro, es decir de Cristo (Martín Lutero).

La Biblia no es en sí un libro de historia o de moral, sino la Palabra de Dios. Es el libro mediante el cual Dios revela sus pensamientos, su amor y su proyecto para la humanidad. Todo el plan de Dios tiene como meta destacar la perfección de su Hijo Jesucristo y la grandeza de su obra en la cruz, para la salvación del hombre pecador. Leyendo la Escritura somos, pues, inducidos a conocer mejor a esta persona, a Cristo.

Dios se reveló a nosotros a través de Cristo, quien vino como hombre entre los hombres. El amor, la humildad, la santidad, la paciencia, la disponibilidad frente a las necesidades tan variadas de los seres humanos permanecen ligados al señor Jesús, una persona que resucitó y sigue estando viva.

Al oír la Palabra de Dios alcanzamos la fe para aceptar el sacrificio de Jesucristo como el único medio de salvación. La Biblia nos dice que todos somos pecadores y necesitamos pedir perdón y aceptar a Cristo como salvador (Romanos 3:23; 1ª de Juan 1:9). Amigo lector, como no ha leído la Biblia y menos cree en ella, ella le juzgará.

Para mi es una inmensa felicidad leer la Biblia, descubrir en ella a Jesús, Mi Salvador, y así aprender a conocerle y amarle cada vez mejor; pero también quiero compartir con usted esta salvación, espero que usted haga lo mismo.

¿QUE IGLESIA DA VIDA ETERNA?

Amigo, sepa que la verdadera iglesia del Señor, son todos aquellos redimidos por su sangre preciosa derramada en la cruz del Calvario. No hay otra. Por tanto el protestantismo no tiene más poder para dar vida eterna que el que tiene el catolicismo. Además, no es suficiente ser persona respetable y moral. No es suficiente ser ministro de una asamblea y asistir regularmente a los cultos. No es suficiente leer la Biblia y familiarizarse más o menos con su contenido. Puedes pertenecer a un gran coro dentro de una congregación, sin ser cristiano en el sentido verdadero de la palabra. Puedes aún ser un excelente feligrés sin ser verdaderamente convertido al único Dios.

Hoy se han levantado muchos grupos afirmando que son iglesias incluyéndose el catolicismo. Expresando que tienen la verdad, identificados con una denominación, llámase X o Y, con un aparente pastor que los dirige, desconociendo que en Cristo y de su costado nació la verdadera iglesia. Que solo su sacrificio allí en la cruz hace efectivo el perdón de pecados. Jesús fue quien dio su vida por los pecadores, para que todo aquel que se arrepienta y lo acepta como Salvador, forme parte de su iglesia. La cual comienza en el día de Pentecostés mostrándonos la manera correcta de congregarse: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20; Hechos 2:1-5). No nos olvidemos que los primeros cristianos se reunían en sus casas, ayudándose mutuamente, siendo el centro de la reunión Jesucristo mismo (Hechos 2:44-47; Romanos 16:5; Col.4:15; Filemón 1: 1-2).

Lector acepte esta realidad, reciba a Cristo en su corazón. Como templo viviente del Espíritu Santo e iglesia del Dios vivo, camine anunciando esta bella verdad: ¡que solo en Cristo hay salvación! como aquel eunuco de la Biblia, que después de ser bautizado, siguió gozoso su camino (Hechos 8:26 -39; Mateo 28:19). ¿Qué espera? Salga de su ritualismo y entre hacer parte de Jesucristo.

UNA JUSTICIA INJUSTA

“Habéis condenado y dado muerte al justo” (Santiago 5:6)

Los escándalos envenenan a menudo la vida política de los muchos países. Esto es grave, porque si los que tienen el poder no dan ejemplo, ¿quién lo dará? Si la justicia es injusta, ¿qué nos queda? (Romanos 1:18).

Esta triste comprobación no es cosa de ayer. Hace dos mil años tuvo el más injusto de todos los procesos. El acusado no era ni más ni menos que Jesucristo, el Justo; los denunciantes eran gente como usted y yo, aquellos a quienes Él quería ayudar. Como afirmaba ser Hijo de Dios, lo jueces religiosos lo condenaron a muerte. El magistrado civil, convencido de su inocencia, confirmó la sentencia bajo la presión del pueblo. Aun sus amigos lo abandonaron (Mateo 26:47; Lucas 23:22). Este proceso terminó siniestramente con la crucifixión del condenado. Sí, verdaderamente aquel día la justicia fue deshonrada e injusta (Hechos 3:14).
Pero, ¿cómo un inocente pudo hacer que la gente se uniera contra él? Porque él era la luz moral de los hombres (redargüía de pecado) y éstos no la podían soportar (Juan 8:44). ¿Por qué siendo Hijo de Dios se dejó crucificar? Porque era el único medio de salvarnos. ¿Por qué Dios no intervino? Porque en lugar de castigarnos a nosotros, castigó a su propio Hijo cargando con nuestras culpas, incluso la de nuestra rebeldía contra Dios (Isaías 53:5; 2ª Corintios 5:21; 1ª Pedro 2:24).
La crucifixión de Jesucristo fue la más grande injusticia que la humanidad haya cometido jamás (Mateo 27:23), pero por ella Dios mostró su propia justicia al aceptar el sacrificio perfecto de su Hijo. Por tanto querido lector, si no se arrepiente y acepta la muerte de Jesucristo para el perdón de sus pecados, la ira de Dios que fue en su Hijo estará sobre usted (Hebreos 10:29; Juan 3:36). Por favor no tarde más, hoy es el día de su salvación, acepte a Jesús como su Salvador. No olvide que él resucitó y viene por segunda vez como juez, para quienes no tomaron esta salvación (2ª Corintios 6:2; Apocalipsis 1:7; Lucas 12:5).