miércoles, 6 de enero de 2010

LA POBREZA Y LA VERGUENZA DE JESÚS

“Os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:10-11)

Un ex ministro del gobierno, escribió sus reflexiones acerca de Jesucristo. Meditó en los dos momentos clave de la vida de Jesús en la tierra: el pesebre y la cruz: Según los criterios humanos, fui alguien importante, poderoso. Pero, ¿qué valor tiene este poder al lado del que brilló en el establo de Belén? El Creador del universo estaba acostado en el pesebre, un pequeño niño, indefenso. De igual modo sin defensa, se encontraría clavado en la cruz 33 años más tarde como un vil ladrón.
Pero un Dios que se hizo voluntariamente un hombre humilde e indefenso, y más tarde se dejó crucificar por mí, muestra otro poder, el del amor. Sus hechos confunden la razón humana, en la cual me apoyé tanto a lo largo de mi carrera.

Sea en el pesebre o en la cruz, nuestros conceptos de fuerza y poder son trastornados. Por medio de Jesús, Dios se acerca a los pobres y a los desdichados. Vino a nuestro mundo y tuvo compasión de nuestra miseria, de nuestra pobreza interior. Murió en la cruz para expiar nuestros pecados. Resucitó y ahora está glorificado en la presencia de Dios su Padre.

Para el niño en el pesebre, para el Señor del mundo, no había lugar en el mesón. ¿Tiene un lugar en nuestras casas? ¿Tiene uno en nuestro corazón? Qué bueno sería para usted que hoy se arrepienta de su orgullo, como aquel ex ministro,  acepte el sacrificio de Jesucristo para el perdón de sus pecados y lo reciba como  su Salvador, para que Cristo en todo tenga la preeminencia, viviendo en humildad y sencillez de corazón (Colosenses 1:18). Dios solo quiere de usted una corta oración de fe ¡hágalo ya!

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