lunes, 4 de enero de 2010

LAVARSE LOS PIES

“Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no le lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos” (Juan 13: 8-10).

El que está lavado: El que recibe el mensaje del Evangelio queda totalmente limpio al recibir la justicia de Cristo. Cristo al morir en la cruz, derrama su bendita sangre para que el pecador que se arrepiente, quede lavado de la inmundicia del pecado. Obteniendo así, la salvación por la fe depositada en Jesús y su sacrificio. Dios nos considera totalmente limpios en su presencia, a pesar de nuestras debilidades y miserias. Esto es lo que se llama Justificación.

El seguir lavándose los pies: Se refiera a que todo creyente ofende a Dios en muchas cosas (Santiago 3:2), como el polvo que se pega a los pies en la jornada cotidiana, así también el que ama a Dios vive en medio de tentaciones, caídas, debilidades, etc. Esto es lo que ha de hacer: limpiarse diligentemente cada día, mediante la confesión y el arrepentimiento, para tener una comunión muy estrecha con nuestro Padre Dios. Esto es para los que han aceptado a Cristo como su Salvador.

Aunque no todos: Es cierto que muchos son los llamados, pocos son los que acuden a este anuncio (Lucas 14: 15-24; Mateo 22:14). Es necesario advertir a todo hombre, que se examine a sí mismo. Podemos de pronto confiar mucho en nuestra propia religión, sin saber que el infierno nos espera; porque la Biblia dice: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará al reino de los cielos” (Mateo 7: 21-23). Debemos tener cuidado y hacer pronta una decisión por Cristo, y dejarnos lavar por él de toda contaminación. Haga la prueba y tendrá un descanso eterno.

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