jueves, 9 de julio de 2009

COLGADO EN UN MADERO

“Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado…” (Juan 3:14-16).
El pueblo de Israel atravesaba el largo y difícil desierto de Sinaí hacia la tierra prometida y Dios lo estaba conduciendo por medio de Moisés.
Sin embargo, ¡muchas quejas hubo en el camino por falta de alimento, de agua y cansancio; el pueblo pecó! Para reprenderlos, Dios envío en medio de ellos serpientes venenosas; muchos fueron mordidos y murieron. Luego pidieron perdón, entonces Dios, en su gracia, dio un sorprendente remedio: ordenó a Moisés hacer una serpiente de bronce y levantarla sobre un asta. “Y cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá” (Números 21:4-9). Para ser curado, era necesario creer la palabra de Moisés y mirar la serpiente de bronce.

En el Nuevo Testamento vemos que Jesús murió por nosotros en la cruz; él es el remedio dado por Dios, el único eficaz y al alcance de todo pecador. Una mirada de fe hacia Él pidiendo perdón concede la vida eterna. Dios es santo: ningún mal puede permanecer en su presencia. También es amor: no abandonó al hombre a su desesperada suerte, sino que le dio un remedio, o mejor dicho, un Salvador, alguien que borra los pecados. Jesús es santo, puro y perfecto. Por eso pudo cargar con las faltas y recibir el castigo que merecían los pecados de todos los que lo aceptan como su salvador. Dios hizo lo necesario; a mí me corresponde creer y mostrar la realidad de esa fe en mi vida.

Todos estamos mordidos por el pecado, lo único que puede sanarnos es Jesucristo; quien fue levantado en una cruz. Al arrepentirnos y aceptarlo como nuestro salvador tomamos el remedio para no morir eternamente. ¿Que esperamos para tomar esta salvación? Hagámoslo por fe.

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