(Éxodo 29:18; Levítico 1:
1-17; Hebreos 10:1-10)
El pecado es una ofensa a Dios, nos
lleva a la muerte y a una separación eterna (Romanos
3:23).
Para que el pecado pueda ser
perdonado y la relación con Dios sea establecida, fue necesario que un inocente ofreciera su vida y
su sangre fuera derramada. La Biblia dice: “…sin derramamiento de sangre no hay
perdón” (Hebreos 9:22). Ésta es la regla
decretada por Dios. El pecado le ofende
y Él ha determinado la manera como debe ser quitado.
En el Antiguo Testamento fue derramada mucha
sangre de animales como ofrenda por el pecado.
Esto demostraba que el pecado sólo podía ser perdonado mediante la
muerte de una víctima sin defecto, el mejor de la manada. Sin embargo, ante Dios, los pecados solamente
eran cubiertos por la sangre de esos sacrificios, pero Dios quitaba los pecados
basándose en la futura y única muerte de Cristo en la cruz (Hebreos capítulos 9
y 10). Jesús no conoció ni cometió
pecado. Siendo perfecto cargó con los pecados de toda la humanidad; solo su
muerte agradó plenamente las exigencias de Dios para nuestro perdón. Pero su
sacrificio se hace eficaz únicamente para aquellos que creen en esta
verdad (1ª Pedro 2:22; Colosenses 1:19; Romanos 1:16,17; 5:8).
Lector, ninguna buena obra que haga podrá
salvarle de la condenación; solo cuando se arrepienta de sus pecados y
acepte a Jesús como la única Ofrenda
Perfecta dada por Dios para el perdón de sus pecados, será perdonado y preparado para ir al cielo (Proverbios 21:27;
Lucas 16:15; Lucas 24:47).
En adelante de a conocer éste sacrificio como el mejor regalo para
salvación; porque Cristo es la perfecta ofrenda que debemos predicar. No es el
dinero, ni ninguna otra cosa que demos salvará al hombre pecador. La ofrenda
material que demos para el necesitado, tan solo es el resultado de una
verdadera conversión (Juan 3:16, 36 Hebreos 10:1-10; Efesios 2:8-10; Hebreos
13:16).
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