sábado, 20 de noviembre de 2010

JESÚS RECHAZADO

“A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:11-12). “Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís” (Juan 5:43).

La Biblia nos muestra que los hombres siempre rechazaron y aislaron al Señor Jesús. ¡Qué duro debió ser para nuestro Salvador vivir 33 años como hombre en la tierra y sentir siempre ese desprecio! ¡Qué dolor para el corazón del Salvador, quien siempre daba amor y bondad, cosechar sólo odio y rechazo!
Cuando nació en Belén, María lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, “porque no había lugar para ellos en el mesón” Poco después José tuvo que huir a Egipto con el niño y su madre, porque Herodes buscaría “al niño para matarle”. Al principio de su ministerio, Jesús hablaba con palabras de gracia. Sin embargo, sus conciudadanos se enojaron con él, y llenos de ira “le echaron fuera de la ciudad” (Lucas 4:29). Este rechazo también se expresa en las parábolas de las diez minas y de los labradores malvados: “sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros” (Lc 19:14). “Mas los labradores, al verle, discutían entre sí, diciendo: Este es el heredero; venid, matémosle, para que la heredad sea nuestra. Y le echaron fuera de la viña, y le mataron” (Lc 20: 14-15). Como colmo de su rechazado “le llevaron para crucificarle… y le crucificaron” (Mat 27:31; Jn 19:18).

Se podría decir mucho más del rechazo que sufrió Jesús. Pero Dios ahora se interesa por usted ¿Se enoja con quien le habla de Jesús? ¿Destruiría este folleto por no atender el llamado que Cristo le hace para salvarle de la condenación eterna? ¿No acepta que tan solo por fe, arrepintiéndose de sus pecados y clamando perdón usted obtiene la vida eterna? ¡Cuidado! Su indiferencia hacia Cristo es igual que aquellos que odiaban a Jesús. No rechace a Jesús, acéptelo como su salvador.

"POR EL FRUTO SE CONOCE EL ÁRBOL"

"NO HAY QUIEN HAGA LO BUENO, NO HAY SIQUIERA UNO"
(Mateo 12:33; Romanos 3:12)

Cuando un árbol ha producido aunque sea una sola manzana, por cierto se sabe que es un manzano. Para decir que es un manzano no es necesario que produzca más de una manzana. Esto es verdadero para cualquier individuo: no es necesario haber cometido muchos pecados para que Dios nos declare pecadores. ¡Uno basta! En la Biblia Dios afirma: “por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de dios” (Romanos 3:22-23).

En el mundo generalmente se honra a las personas de quienes la sociedad es deudora, porque han hecho descubrimientos, hazañas o progresos sociales. Por eso muchos se imaginan que Dios piensa de la misma manera, concediendo sus bendiciones para los mejores hombres. Pero esto no es cierto.

La Biblia declara que Dios ofrece su gracia a todos, sin distinción, porque todos la necesitan. Él desea justificar o hacer justa a toda persona que se arrepiente y acepta su gracia. ¿Por qué Dios puede perdonar gratuitamente, si dijo que todo pecado recibirá su castigo? Porque alguien vino del cielo para recibir el juicio de Dios en nuestro lugar. Es su Hijo, Jesucristo. Enviado por Dios mismo, vino a la tierra; en Él no había ningún pecado. Pero en la cruz donde se dejó clavar soportó en nuestro lugar el castigo que merecíamos. “el herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).

Lector, haga su confesión ante Dios reconociendo que es un pecador, arrepiéntase, pida perdón, acepte a Cristo como su Salvador; así será como árbol que da buen fruto, porque separados de Él nada podemos hacer y el juicio le espera (Juan 15:1-6).

PERDIDO Y HALLADO

“Mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido y es hallado” (Lucas 15:24).

Hace mucho tiempo una viuda criaba con mucha dificultad a su numerosa familia y enseñaba a cada uno de sus hijos el respeto hacia Dios y los hombres. Se entristeció mucho cuando su hijo Pedro se dejó llevar por malas compañías y decidió viajar al extranjero. Cuando el joven estuvo a punto de partir, su madre le suplicó que llevase un Nuevo Testamento en el que ella había escrito su nombre y dirección. Y le dijo: si me amas, lee la palabra de Dios. Él nunca rechaza a quien acude a él. Después de varios años sin tener noticias, finalmente se enteró de que el barco en el que su hijo se había embarcado había naufragado. Entonces el dolor y la esperanza en Dios se mezclaron en su corazón.
Mucho tiempo después un marinero llamó a su puerta. Se le abrió la puerta y en el curso de la conversación evocó un episodio de su vida en el mar: Cuando naufragamos sobre una isla uno de mis compañeros murió después de ocho días. A menudo él leía un pequeño libro que su madre le había dado. Era su consuelo; él oraba y hablaba únicamente del libro de su madre. Al fin me lo dio, diciendo: - Tómalo y léelo. En él encontrarás al Salvador, como yo lo hallé. Él te dará la paz.

-¿Usted tiene ese libro?, preguntó la madre. El hombre lo sacó del bolsillo y se lo mostró. ¡Qué emoción! Sí, era su nombre y su propia letra: Era el Nuevo Testamento que había regalado a su hijo Pedro. Una voz, como venida del cielo, le dijo: -Tu hijo vive para siempre.
Este hombre que partió a la eternidad creyó en el sacrificio que Cristo hizo en la cruz del Calvario para el perdón de sus pecados, usted que lee este mensaje le corresponde hacer lo mismo. Arrepiéntase y acepte la salvación en Cristo como lo hizo aquel marinero. Jesús vino a buscar y salvar las almas de los hombres (Lucas 9:56).

PREDICAR A CRISTO

“Nosotros predicamos a Cristo crucificado”. “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1ª Corintios 1: 23; 2:2)

Si hay algo extraordinario en la historia del mundo es el inmenso desarrollo del cristianismo. Se difundió a través de todo el imperio romano, antes de propagarse por todo el mundo.

En la predicación de esta doctrina encontramos lo siguiente: un hombre agobiado por insultos, burlas y golpes, clavado como un malhechor en una cruz situada cerca de Jerusalén. Sin embargo, este hombre era inocente, según la misma opinión de su juez (Juan 18:38). Él era el Hijo de Dios que se ofrecía en sacrificio, él la única víctima santa y pura, para resolver definitivamente el problema del pecado y adquirir la salvación de todos los que creerían en él. Imaginemos la oposición que debía producir el mensaje de la cruz en gente de cierto nivel intelectual: judíos religiosos y griegos instruidos en filosofía. Al oír esta extraordinaria predicación, todos podían fruncirse de hombros y declarar: ¡Qué locura! Pues bien, esta locura a los ojos de los hombres venció: “Cristo crucificado… poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres… lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a los fuerte… a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1ª Cor. 1:23-29).

Aquí está la demostración del valor divino de la obra de la cruz. Toda persona que acepta esta verdad, debe tener en cuenta que el sacrificio de Cristo es el único medio para el perdón de pecados que da salvación. La consciencia de aquel que oye el evangelio, debe llevarlo a decir: -soy un sucio pecador y necesito ser perdonado, razón por la cual Jesús murió por mis pecados-. No es decir creo, leo la Biblia, asisto a las reuniones, etc., antes de toda evidencia, Cristo y su sacrificio debe estar primero en nuestro corazón y pensamiento, demostrado siempre en la diaria conversación y actuación.

EL VICARIO DE CRISTO

“Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos concuerdan” (1ª Juan 5:7-8).

En el antiguo Testamento quienes hacian las veces de representantes de Dios, eran los sacerdotes de la Tribu de Levi, solo ellos tenían este privilegio y debían “ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo”. En el Nuevo Testamento, Jesús al ofrecerse como ofrenda por nuestros pecados, queda abolido todo cargo y oficio sacerdotal dado por Moisés (Hebreos 7:12-28).
El Señor Jesucristo después de su muerte y resurrección, se presenta como Gran Sumo Sacerdote ante su Padre, y envía como su delegado a este mundo al Espíritu Santo, “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16). “Más el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). Por lo tanto el Papa, o cualquier otro supuesto ministro, no son los representantes en la tierra de Jesucristo o de los Apóstoles, esto fue invento del hombre.
La Biblia dice: todo aquel que se arrepiente, pidiendo perdón y acepta a Jesús y su sacrificio de cruz para su salvación, es perdonado; que de inmediato Dios lo ordena como sacerdote, sellado para ser templo del Espíritu Santo, quien nos guía a vivir en santidad, con el privilegio de orar con toda libertad e interceder por otros en cualquier lugar, sin ningún mediador, puesto que Jesús en el cielo es el directo intercesor ante Dios por nosotros (Lucas 24: 46–47; Efesios 1:13; 1ª Cor. 6:19; Juan 16:13; 1ª Pedro 1:2; Hebreos 12: 14; 1ª de Pedro 2: 5, 9; Juan 14:16; Mateo 6:6; Colosenses 1:9; Romanos 8: 34; Hebreos 10:19-25).

El Espíritu Santo intercede por nosotros, y a través de la Biblia, es quien glorifica a Jesucristo (Romanos 8:26; Juan 16: 14). Recomendamos leer las citas bíblicas.

EL EVANGELIO

“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree;... Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Romanos 1:16-17).

La Biblia nos dice que el verdadero problema del hombre es de orden moral; es el de una criatura que rompió la relación con su Creador. Pero la Biblia también nos habla de Jesucristo, el único que puede solucionar este grave problema:
* Él revela a un Dios santo, quien tiene derechos sobre el hombre, aun cuando éste le dio la espalda, que por su desobediencia va rumbo al infierno.
* A aquel que reconoce honestamente su estado de rebelión le propone un medio definitivo y gratuito de reconciliación, solo por la fe en Cristo.
* Jesús es la Verdad. No se puede creer lo que uno quiere; no todo es relativo y no todas las opiniones valen. Jesucristo es la respuesta que satisface al corazón, la conciencia y el sentido común, el trajo las buenas nuevas al derramar su sangre en la cruz por el pecador. “Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados. Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Más me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hebreos 10:4-10)

El Evangelio no tiene la misión de curar al mundo que permanece en rebelión contra Dios, sino que da la salvación al que cree y se arrepiente de sus pecados. Jesucristo vino a buscar y a salvar a los hombres. Pero “Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?” (Romanos 10:16), ¿Usted es uno de ellos?

EL CAMINO EQUIVOCADO

“Hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 16:25).

Un célebre autor escribió: Tenía sólo un horizonte, el de lo absurdo, el camino de ninguna parte…Mi vida es un camino oscuro que lleva a la nada. Este escritor, colmado de honores, convencido de que la vida no lleva a ninguna parte, se suicidó al enterarse que tenía cáncer.
Por el contrario, el autor de los Proverbios, quien había puesto su confianza en Dios, dijo: “La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4:18).
¡Qué contraste entre esas dos apreciaciones de la vida! Uno habla de un camino hundido en la oscuridad y el otro de un sendero iluminado por una luz creciente. ¿Quién tiene razón? ¡Ambos! Porque el hombre sin Dios está sin esperanza, sin objetivo y sin respuesta a sus preguntas: anda a tientas en la oscuridad. Pero el que cree en el sacrificio de Jesucristo dado en la cruz; sabe que fue perdonado. Avanza como la luz del día hacia la casa de Dios su Padre.
¿Cuál es la diferencia entre estos dos caminos? La respuesta es Jesucristo. Si dándole la espalda sigo ciegamente mi propio camino, ése es el camino equivocado, es decir el camino de la perdición que lo lleva al infierno. Pero hoy no es demasiado tarde para escuchar el llamado del Señor y dar media vuelta para ir al cielo: “Os he puesto delante la vida y la muerte…escoge pues la vida” (Deuteronomio 30:19). “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”, dijo Jesús (Juan 14:6).
Amigo lector, haga un alto en ese camino de pecadores; porque siempre hemos ofendido a Dios, arrepiéntase y reciba a Cristo como su Salvador.

CRUCIFICADO EN DEBILIDAD

En el lugar de la Calavera, allí el Hijo de Dios fue “levantado de la tierra”; allí “Sufrió la cruz, menospreciando el oprobio; allí fue “crucificado en debilidad” (Juan 12:32-33; Hebreos 12:2; 2ª Corintios 13:4).

Allí, además, fue llevada a cabo la gloriosa obra de la redención y allí también hallaron su pleno cumplimiento los designios de Dios hacia el hombre pecador. Lamentablemente, el lenguaje humano no puede describir en toda su dimensión el alcance y las infinitas consecuencias de este evento, por estar el hombre preocupado por las cosas que este mundo ofrece. “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo, y en seguida le glorificará” (Juan 13:31-32)
Allí, “le dieron a beber vinagre mezclado con hiel”. El hecho de que el Señor haya probado el brebaje antes de rehusarlo constituye un testimonio muy conmovedor de su perfecta humanidad y de su humillación. Sin embargo, aunque sentía el dolor, desechó todo alivio que podría provenir de parte de los hombres: “Mas él no lo tomó” (Marcos 15:23). Rechazó el bebedizo que el hombre le ofrecía a fin de beber, plenamente conciente, la copa amarga que había recibido de la mano de su Padre.

“cuando le hubieron crucificado…” escuchamos al Señor expresando su lamentación: “Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos, horadaron mis manos y mis pies…” (Salmo 22:16-17). El pueblo, incluido los sacerdotes fueron exhortados: “Jesús nazareno… a éste… prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole… a quien vosotros matasteis colgándole en un madero” (Hechos 2:22-23; 5:30; 10:39).

Lector, no se alarme de lo que ellos hicieron con Jesús, usted también está en la mismo posición. Su pecado fue el motivo por el cual Jesús Murió en la espantosa cruz, el no arrepentirse de sus pecados, y no aceptarlo como Salvador, hace segura su condena, como aquellos que decían “crucifícale, crucifícale es reo de muerte” (Lucas 23:21; Mateo 26:66).

EL AMOR DE JESÚS

“Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado” (Juan 13:1; 15:9).

El amor del Señor Jesús por los suyos está presentado de diferentes maneras en la Biblia:
.-El amor por cada creyente individualmente: “El Hijo de Dios… me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
.-El amor por el conjunto de todos los creyentes: “Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros” (Efesios 5:2).
.-El amor por nosotros como unidad, es decir, como iglesia: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). ¡Cuánto nos amó, al punto de dar su vida por nosotros! Esto significa que tuvo que dejar la gloria del cielo y humillarse profundamente. El Creador de todo vino como hombre a esta tierra. Sin embargo, no había lugar para él, de manera que tuvo que nacer fuera del mesón y ser acostado en un sucio pesebre (Lucas 2:7; Juan 1:10,11).

Vivió con sus padres humanos en la despreciable ciudad de Nazaret, en donde ejercitó el oficio de carpintero, llevando una vida muy humilde.
Más o menos a la edad de treinta y tres años de dirigió hacia la cruz para morir por nosotros. Mientras estaba colgado allí, soportando terribles dolores, tuvo que cargar con nuestro estado pecaminoso.
Jesús fue hecho pecado y por esa razón fue juzgado por Dios. “Dios mío, Dios mío, ¿por que me has desamparado?”, fueron sus palabras. Él recibió el castigo por cada uno de nuestros pecados y murió por nosotros (Isaías 53: 5-6; Gálatas 3:13; Mateo 27:46).

¡Que amor, que estuvo dispuesto a pagar ese precio! Pero también resucito, subió al cielo para volver por todos aquellos que de corazón nos hemos arrepentido; esperando con toda paciencia que usted también haga lo mismo y lo acepte como Salvador y Señor de su vida.

EL MATRIMONIO

“Honroso sea en todos el matrimonio, y su lecho sea puro, porque a los fornicarios y a los adúlteros Dios los juzgará” (Hebreos 13:4).

La crisis del matrimonio y de la familia es muy grave actualmente. El divorcio, el adulterio, la unión libre y toda clase de desviaciones quebrantan una de las más nobles instituciones dadas por Dios al ser humano: el matrimonio (Génesis 2:23-24). Esto acarrea muchos sufrimientos, maltrata y lastima numerosas vidas. La razón es que muchos quieren liberarse de los mandamientos divinos para vivir como ellos quieren.
Aun cuando nuestra sociedad pisotea los principios divinos, las enseñanzas de la Biblia permanecen claras e inmutables, y el cristiano tiene el deber de conformarse a ellas. Corremos el peligro de acostumbrarnos a la práctica popularizada del divorcio, reconocido como legal a los ojos de los hombres, pero reprobado por el Señor, quien declaró: “Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mateo19:6). Por tanto, toda persona que no esté viviendo con su legítimo conyugue debe separarse; sino puede volver con su propio esposo (a) debe permanecer solo; porque en el cielo no entrará ninguna cosa inmunda (1ª Corintios 6:9-10; Apocalipsis 21: 27).
Además de la deformación del matrimonio, otra trampa acecha en particular a los jóvenes: la unión libre o el casamiento a prueba, los cuales tienen un nombre común: pecado y desobediencia a Dios. La unión de la sexualidad permitida por Dios sólo puede realizarse en el casamiento. La Sagrada Escritura califica todas las relaciones antes del matrimonio como pecado de fornicación. “Huid de la fornicación… “(1ª Cor. 6:18).
Si el lector se encuentra bajo una de estas situaciones, sepa que Jesús vino, murió en la cruz y derramó su sangre para perdonarle; usted lo que debe hacer es arrepentirse y pedir perdón aceptando a Cristo como su Salvador. Luego abandone estos pecados: el adulterio, la fornicación y los muchos más, así agradará a Dios.

CRISTO, NUESTRO SUSTITUTO

Como redimidos nunca olvidemos que nuestra vida pecaminosa nos habría llevado finalmente al lugar de los tormentos. El castigo eterno, lejos de Dios, habría sido nuestro destino. ¡Qué terrible! ¿Cómo pudimos escapar a ese triste final? Dios nos mostró la única solución: la fe en su Hijo Jesucristo, quien tomó nuestro lugar en la cruz. ¡Qué felicidad para nosotros! Los que somos de Cristo.
Ahora bien, contemplemos a nuestro admirable sustituto. Cuando los soldados de los principales sacerdotes apresaron al Señor Jesús para crucificarle, sus discípulos debieron recordar su palabras: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). ¡Fue lo que Jesús hizo! ¿Somos conscientes de su gran amor por nosotros?
Precisamente en los sufrimientos que él tuvo que soportar en la cruz del Gólgota, su amor fue puesto a prueba de la manera más profunda. Sus discípulos lo abandonaron, sus enemigos descargaron toda su maldad sobre él. Dios lo abandonó en las tres horas de tinieblas, porque allí en ese madero Jesús cargó con todos nuestros pecados y se halló bajo el juicio de Dios, sustituyéndonos, pues ese habría tenido que ser nuestro lugar. Sin embargo, su amor por usted y por mí fue más fuerte que todo. A él le corresponde nuestra adoración y nuestro profundo agradecimiento.
“Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” y usted también querido lector (1ª Timoteo1:15). ¿Quiere tener un sustituto para no estar en la condenación eterna? Arrepiéntase confesando sus pecados directamente ante Dios y acepte a Cristo como su Salvador y en adelante diga con nosotros: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).

NO TARDES MÁS

“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).

Al final de una predicación un joven se acercó al predicador y le dijo: -Usted tiene razón, debo convertirme a Jesucristo… Lo haré, pero no enseguida; todavía quiero aprovechar un poco de la vida. El predicador le respondió: -¿Sólo un poco? ¡Qué falta de ambición, querido amigo! ¡Acuda a Jesús y tendrá la vida eterna, es urgente!
Quizá nuestro lector también ha oído el Evangelio, siente el peso de sus pecados, la necesidad de arrepentirse y aceptar el perdón de Dios, pero teme que tal decisión lo comprometa a llevar una vida de ermitaño, triste y sin gozo.
Usted se equivoca, o más bien, Satanás, el enemigo de su alma, trata de impedirle, mediante tales pensamientos, acudir a Jesús. Intenta retenerle aturdiéndole con placeres pasajeros que a menudo tiene un sabor amargo; y de aventuras en desilusiones, el tiempo pasa… Deténgase ahora, escuche la voz de su conciencia y la advertencia de Aquel que le dice: “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Marcos 8:36).
Ante Dios usted está muerto en sus “delitos y pecados” (Efesios 2:1). Por esto crea en el Hijo de Dios, acepte sin tardar la vida eterna que él ofrece, arrepentido, diga soy pecador, pida perdón y reciba el RESCATE que Cristo le ofrece; ya que con su sangre pagó la deuda del pecado.

El resucitó y viene por los suyos, aproveche “las abundantes riquezas de su gracia” y ande “en vida nueva” hasta su regreso, “aprovechado bien el tiempo; porque los días son malos” (Romanos 6:4; Efesios 5:16).
Hoy es el día de salvación, no tarde más, por fe acepte a Jesús como su Salvador.

CONFESAR NUESTROS PECADOS

Dios dice: “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor a mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Isaías 43:25)

Mi pasado me abruma… He ido demasiado lejos. Lo único que Dios puede hacer conmigo es condenarme. Para mí todo está perdido…. Si tales pensamientos lo atormentan, si se siente desanimado, demasiado culpable, quisiera alentarle a volverse a Dios, tal como usted es. Para él nadie es demasiado culpable. “Asegurémonos nuestros corazones delante de él; pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas” (1 Juan 3.19-20).

Sí, el Evangelio anuncia que Dios perdona a aquel que reconoce sus faltas. Solamente nos pide que le confesemos nuestros pecados. Entonces él borra nuestras faltas y nos da una nueva esperanza, una nueva razón para vivir; y más que esto: nos da una nueva vida. En su Palabra, Dios muchas veces nos dirige palabras de amor y perdón. Él nos ama, pese a nuestros pecados, y da a todo aquel que cree, una vida más poderosa que la muerte.

Su perdón es gratuito, porque él pagó el precio más alto cuando su Hijo, el Señor Jesús, murió para expiar nuestras faltas. Su misericordia no va en contra de su justicia perfecta. Dios es “justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:26). Entonces, si usted se juzga a sí mismo, si es consciente de haber pecado, acuda a Jesús. Él le espera que clame perdón, se arrepienta para perdonarle. Él pagó por usted y por mí. Reciba a Cristo como su Salvador. Él resucitó para estar con usted y ayudarle a dar la espalda al pecado.

R-H UN SOLO DONANTE UNIVERSAL

En Vietnam perdieron la vida más de 50 mil soldados norteamericanos. Muchos sufrieron la perdida de piernas, brazos y horribles mutilaciones. Los soldados saben lo que es dar su propia vida y morir. Llegamos a comprender la importancia de la sangre en el campo de batalla o en los hospitales cuando los dadores dan transfusiones para salvar la vida de otros.

Esto también es verdadero cuando se necesita la sanidad y limpieza espiritual, la sangre de Cristo puede suplir la mayor necesidad humana. Jesús dice: “Esto es mi sangre de el nuevo pacto que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mateo 26:28). Pedro declara que somos redimidos “Con la sangre preciosas de Cristo” (1ª de Pedro 1:19).
Desde el Antiguo Testamento, Dios utilizó la sangre como el medio de justificar al hombre, cuando este pecaba y deseaba estar en paz con Dios, debía sacrificar un animal “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión” de pecados (Hebreos 9:22).

Querido lector, es esta la sangre que usted necesita, acuda de inmediato a Cristo, quien la ofrece gratuitamente para ser justificado (Romanos 5:9), esta a tiempo, porque “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hebreos 10:10). Jesús derramó su sangre en la cruz para que usted tenga vida eterna. Por favor no desprecie ni pisotee una sangre tan preciosa (Hebreos 10:29) ya que al arrepentirnos y pedir perdón somos perdonados para ir al cielo. No nos descuidemos, estemos atentos, el donante esta dispuesto; tomemos con fe de esta sangre para el perdón de nuestros pecados y caminemos en santidad antes de morir; ya que esta sangre no tiene otro fin sino el perdonarnos, santificarnos e introducirnos al cielo (Efesios 1:7; Ro 5:9; Heb 10: 19,22).

ANTES DEL FIN apocalipsis 6: 1 al 20:15

El mundo terminará por que así lo ha decretado el Dios verdadero que esta en los cielos. En el libro de Apocalipsis nos muestra la realidad de que habrá “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apocalipsis 21:1).
Las escenas de su destrucción son escalofriantes: Esta corrupta tierra está lista y madura para el juicio. Las fuerzas del mal, que por tanto tiempo han permanecido vencedoras, están ahora a punto de enfrentarse a su Señor. Los instrumentos humanos y materiales de venganza ya van a ejecutar la tarea que Dios les ha asignado.
El Cordero abre los sellos, los ángeles tocan las trompetas y Dios derrama las copas de ira. Son sus juicios antes de la destrucción total de la tierra, ¿Cuál es la razón de estas calamidades? El rechazo a la persona de Jesucristo y a su obra de salvación que se llevó a cabo allí en la cruz, ya que “por medio de él” quiso “reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20).

En Apocalipsis 4:1, dice así: “...Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas...”. Lector al leer la Biblia conocerá la verdad de este juicio, esté atento y listo para ser librado, no se descuide; arrepiéntase de todos sus pecados y acepte por fe, que únicamente la sangre de Cristo lo RECONCILIA con Dios, solo así usted estará protegido y preparado para ser llevado al cielo y no vivir estos terribles sucesos. Aquellos que no aceptan esta verdad irían al lago de fuego (Apocalipsis 20:11-15).
El rapto ocurrirá en el momento menos esperado, la gente desesperada buscará a sus familias y amigos (los que aceptaron a Jesús como su Salvador); y desearán estar con ellos, pero será demasiado tarde, imposible. El Señor se los ha llevado (1ª Tes. 4:16-17; 1 Cor. 15: 51-53).
El fin está próximo, no tarde mas, vaya usted también al cielo.

EL TERRIBLE VIRUS

“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23)

Después de que la palabra virus pasase a formar parte del vocabulario de la biología y de la medicina, hace casi dos siglos, más recientemente pasó a emplearse en informática. Designa a un muy pequeño elemento que se introduce en un ser vivo o en una computadora (ordenador) y consigue deteriorarlo, modificando sus funciones vitales desde el interior. Existe uno mucho más peligroso que el del Sida, mucho más devastador. Infecta a cada ser humano, lo quiera o no: es el pecado.
Este virus mortal contaminó a Adán y Eva, nuestros primeros padres, e infectó la humanidad entera, una generación tras otra. Cada ser humano está contaminado y puede ver múltiple síntomas de ello en su propia vida. Algunos pueden parecer benignos, como la mentira, la burla, los celos; otros parecen más graves: el hurto, el asesinato, la fornicación, el adulterio, el homosexualismo, lesbianismo… Pero todos tienen el mismo origen y conducen al mismo fin fatal: “la muerte” (Romanos 5:12).

La muerte destruye al cuerpo, pero el alma subsiste ante Dios, y el que no cree, que Dios entregó a su Hijo para salvar al hombre, sufrirá “la muerte segunda” (Apocalipsis 20:14), es decir, el eterno alejamiento de Dios. Dios ama a los hombres. Les dio el único remedio eficaz para escapar del infierno. “la sangre preciosa de Cristo” derramada en la cruz, que “nos limpia de todo pecado” y nos da la vida eterna (1 Pedro 1:19; 1 Juan 1:7).
Así como el antivirus es usado para limpiar un sistema operativo, la sangre de Jesucristo es el medio para perdonarnos de todo pecado; por lo tanto no nos queda otro remedio que arrepentirnos suplicando perdón, diciéndole a Dios: “lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado” (Salmo 51:1-5), para así quedar limpios y listos para ir al cielo.

¿CÓMO PUEDO SER JUSTIFICADO?

“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24).
La justificación es el acto de Dios por el que Él declara justos a todos los que creen en su Hijo (Juan 3:36). Es algo que tiene lugar en la mente de Dios, no en el sistema afectivo ni en la naturaleza emocional del ser humano.
“Por gracia” de Dios. Esto significa que es totalmente aparte de todo mérito en nosotros mismos (Efesios 2:8-9).
Seis aspectos de la justificación: 1)- Somos justificados por la gracia, esto significa que no lo merecemos (Tito 3:4-7).
2)- Somos justificados por la fe (Ro 5:1) esto significa que tenemos que recibir la justificación creyendo en el Señor Jesucristo.
3)- Somos justificados por la sangre (Ro 5:9) esto se refiere al precio que el Salvador pagó ahí en la cruz para que pudiésemos ser justificados.
4)- Somos justificados con poder (Ro 4:24-25; 1ª Cor 1:18) el mismo poder que resucitó al Señor Jesús de entre los muertos.
5)- Somos justificados por Dios (Ro 8:33) Él es Aquel que nos declara justos.
6)- Somos justificados por obras (Santiago 2:24) no significando que las buenas obras ganen la justificación, sino que son la evidencia de que hemos sido justificados; es decir, creados en Cristo Jesús para buenas obras (Efesios 2:10).

“Mediante la redención”. Significa recuperados por compra pagando un precio por el rescate. El Señor Jesús nos redimió del mercado de esclavos del pecado (Juan 834). Su preciosa sangre fue el precio de la redención que Jesús pagó para dar satisfacción a las demandas de un Dios santo y justo (1 Pedro 18-19).
Lector, para ser justos debemos declararnos pecadores, dolidos por ofender a Dios pedimos perdón para dar frutos dignos de un verdadero arrepentimiento (Mateo 3:8). El aceptar a Cristo como salvador, es un acto de fe, con la cual somos justificados (Ro 3:25-26).

FALSO CRISTIANO

“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51:10).

Un día se le preguntó a Picasso quien era según él, el más grande de los pintores. Sonriendo, contestó: Rubens, porque durante su vida pintó unos 600 cuadros, de los cuales 2.700 se han conservado. Aun si en el arte las imitaciones son muy numerosas, ningún ambiente se libra de las imitaciones fraudulentas.
En la esfera religiosa también existen imitaciones engañosas. Hacen ostentación de una piedad que no poseen. Tienen “apariencia de piedad”, pero niegan “la eficacia de ella” (2ª Timoteo 3:5). Siguen regularmente los oficios religiosos sin que sus corazones se comprometan con Dios. A menudo pronuncian el nombre de Dios, y con gusto usan vocabulario bíblico, pero no obedecen a la Palabra de Dios. Como a los fariseos, Jesús podría decirles: ”Hipócritas… sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos muertos… por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad” (Mateo 23:27-28).
¡Tienen una hermosa apariencia, pero un corazón malo! Sin embargo a los “ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). Jesús dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mateo 7:21).
El verdadero cristiano tiene su fundamento primero que todo, en el sacrificio que Jesús hizo para la redención de sus pecados (Ha doblado rodillas clamando perdón, como lo dice el versículo inicial y recibe a Cristo como su Salvador). Luego manifiesta su verdadera conversión con transparencia, en todos los espacios donde viva. ¿Usted es uno de ellos?

UNA JUSTICIA INJUSTA

“Habéis condenado y dado muerte al justo” (Santiago 5:6)

Los escándalos envenenan a menudo la vida política de los muchos países. Esto es grave, porque si los que tienen el poder no dan ejemplo, ¿quién lo dará? Si la justicia es injusta, ¿qué nos queda? (Romanos 1:18).

Esta triste comprobación no es cosa de ayer. Hace dos mil años tuvo el más injusto de todos los procesos. El acusado no era ni más ni menos que Jesucristo, el Justo; los denunciantes eran gente como usted y yo, aquellos a quienes Él quería ayudar. Como afirmaba ser Hijo de Dios, lo jueces religiosos lo condenaron a muerte. El magistrado civil, convencido de su inocencia, confirmó la sentencia bajo la presión del pueblo. Aun sus amigos lo abandonaron (Mateo 26:47; Lucas 23:22). Este proceso terminó siniestramente con la crucifixión del condenado. Sí, verdaderamente aquel día la justicia fue deshonrada e injusta (Hechos 3:14).
¿Por qué siendo Hijo de Dios se dejó crucificar? Porque era el único medio de salvarnos. ¿Por qué Dios no intervino? Porque en lugar de castigarnos a nosotros, castigó a su propio Hijo cargando con nuestras culpas, incluso la de nuestra rebeldía contra Dios (Isaías 53:5; 2ª Corintios 5:21; 1ª Pedro 2:24).
La crucifixión de Jesucristo fue la más grande injusticia que la humanidad haya cometido jamás (Mateo 27:23), pero por ella Dios mostró su propia justicia al aceptar el sacrificio perfecto de su Hijo. Por tanto querido lector, si no se arrepiente y acepta la muerte de Jesucristo para el perdón de sus pecados, la ira de Dios que fue en su Hijo estará sobre usted (Hebreos 10:29; Juan 3:36). Por favor no tarde más, hoy es el día de su salvación, acepte a Jesús como su Salvador. No olvide que él resucitó y viene por segunda vez como juez, para quienes no tomaron esta salvación (2ª Corintios 6:2; Apocalipsis 1:7; Lucas 12:5).

TRES HORAS DE ANGUSTIA

“Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46).

El versículo del encabezamiento recuerda una escena de una solemnidad incomparable. Está limitada en el tiempo: tres horas, punto central de la eternidad.
Allí ocurrió algo que nunca se había visto: el justo, el único justo, fue abandonado por Dios. Conocemos la razón de ello, pero no podemos medir la intensidad del dolor manifestado allí: Dios entregó a su Hijo amado, y él se dio a sí mismo para la salvación de los hombres.

La razón de ello es muy sencilla: para salvar a los hombres pecadores e INTRODUCIRLOS algún día en el cielo, le era necesario expiar sus pecados con su sangre (Hebreos 10:19-22). Para eso Dios exigía un sacrificio expiatorio según su justicia y su santidad. Sólo Cristo en su perfección podía satisfacer todas las exigencias divinas puestos nuestros pecados sobre él (1ª Pedro 2: 24). Por eso Dios lo envió y Cristo aceptó ese sacrificio de sí mismo para glorificar a su Padre y a la vez salvar a los pecadores, los que arrepentidos aceptan a Jesús como su Salvador.
Durante esas tres horas de desamparo en las que colgado en la cruz Jesús exaltaba a su Dios de la manera más excelente, el sol se escondió y hundió a la tierra en las tinieblas. Tal solemnidad fue atestiguada por los hombres que rodeaban a Jesús.

Éste fue el gran precio pagado por nuestra salvación. ¿Podemos agregar alguna cosa al inigualable sacrificio de Cristo? ¿No es éste lo bastante grande como para mover nuestros afectos hacia él? Lo único que podemos hacer es adorarle desde lo más profundo de nuestro corazón; de rodillas clamar misericordia. Una oración de fe pidiendo perdón basta, aceptando “una salvación tan grande” cuando recibimos a Jesús como Salvador (Hebreos 2:3).

EL ARCA DE NOÉ

“Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre. Comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos”
(Lucas 17:26-27).

El relato del diluvio ha provocado muchas preguntas en los incrédulos. El arca construida por Noé ha sido objeto de broma a través de los tiempos. Ya sus contemporáneos sin duda no dejaron de burlarse de él cuando comenzó a construir por orden divina, ese enorme barco en las llanuras de Mesopotamia. El diluvio hizo que todos pereciesen en su maldad e incredulidad.

Satanás no ha dejado de sembrar la duda en cuanto a los grandes hechos que la Biblia relata, particularmente aquellos que conciernen el juicio de Dios contra los hombres pecadores. ¡Cuántos paganos han ridiculizado de lo que Dios presenta para que las almas no se arrepientan y tampoco se vuelvan al Dios justo y Salvador! Dios ordenó; Noé creyó su palabra y obedeció con confianza y fe. Llegó el día en que entró en el arca. Y cuando Dios hubo cerrado la puerta, comenzó a llover: “Las cataratas de los cielos fueron abiertas” (Génesis 7:11). Durante años la justicia divina había sido predicada.

El Dios justo y santo había anunciado la destrucción del mundo antiguo, después de haber dado tiempo al hombre para arrepentirse. Aún hoy “es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2ª Pedro 3:9). Y “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:3), aceptemos aquel sacrificio de cruz único para el perdón de pecados; puesto que él cerrará las puertas del cielo, para que los ateos e incrédulos no tengan entrada y sufran la eterna separación en el infierno (Lucas 24:46-47; Juan 3:36).
Esperamos que usted también, que lee este escrito, crea y obedezca a la verdad de Jesús, con toda seriedad y no tenga que pasar por el próximo juicio que está pronto a llegar.

NUESTRO NOMBRE



“Regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10:20).

   Nuestro nombre cada uno de nosotros lo recibió el día de su nacimiento: es el que escogieron nuestros padres, seguido por el apellido  de ellos.  Desde entonces este nombre figura en todos nuestros documentos de identidad.  ¡Cuántas veces lo hemos deletreado, escrito, registrado o subrayado! Este nombre nos pertenece, está ligado a  nuestra vida y no podemos cambiarlo.  Un día estará grabado también en una tumba.

  Los archivos de los hombres desaparecen tarde o temprano, pero el registro de Dios está conservado y puesto al día en el cielo, para ser abierto en aquel solemne día del juicio (Apocalipsis 20:12-15).  Hoy es el llamado para recibir a Cristo como Salvador y decir presente, esto es: cuando nos arrepentimos de nuestros pecados, entonces somos rociados por su sangre, perdonados y nuestros nombres serán borrados de los libros del gran juicio, para ser inscritos en el  libro de la vida  (1ª Pedro 1:2; Apocalipsis 3:5).  Podemos estar seguros de que nuestra vida eterna es segura.   Así estaremos para siempre con el Señor en la eternidad,  “El que en él cree, no es condenado” (Juan 3:18).

   Los privilegios de pertenecer a Dios no nos son concedidos por una autoridad religiosa o alguna buena obra, sino por la fe (Efesios 2:8,9).  Y en esta familia cada uno está inscrito por siempre en el registro divino del cielo.  “No se turbe vuestro corazón;  creéis en Dios,  creed también en mí.  En la casa de mi Padre muchas moradas hay;  si así no fuera,  yo os lo hubiera dicho;  voy,  pues,  a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar,  vendré otra vez,  y os tomaré a mí mismo,  para que donde yo estoy,  vosotros también estéis” (Juan 14:1-3).  Esta es la promesa para los que estamos en Cristo. Lector no espera mas, apresúrese, clame perdón, así su nombre también estará inscrito en el cielo.                  

CREER Y ACEPTAR

“De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24). “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” (Hebreos 2:3).

Un renombrado predicador habló sobre el siguiente tema: El hombre sólo puede ser salvo por Jesucristo, apoyándose en el siguiente texto del evangelio: “El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). El predicador habló claramente del Evangelio de la gracia, diciendo: Oh pecador que confías en ti mismo, ¿Cuándo cesará tu ceguera? ¿Cuándo querrás comprender que, a no ser que alguien cargue con tus pecados y apacigüe a tu juez, nunca verás a Dios? Sé bien que esta verdad no es del agrado del oyente, pero ¡qué importa! Si debo escoger entre serle agradable o decirle la verdad, ya está decidido: no se trata de agradarle, sino de salvarle.
Pecador, deja, pues, lo que causa tu miseria, despójate de ese orgullo que te ciega y echa a perder tu sucia vida, Renuncia a tu propia justicia y cree en el Evangelio. No digas que tus pecados son muy pequeños para decir que no necesitas arrepentirte, o decir que son tan grandes que Dios no te pueda perdonar. Uno tiene una sola vida para convertirse; y es una vida corta e incierta. ¿Acaso es poca cosa la salvación de tu alma? ¿Tienes un bien más preciado para salvarte? ¿Eres tan orgulloso que preferirías vivir a tu antojo una corta vida, antes que estar con Dios por la eternidad?
La Escritura dice: “Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado… porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Romanos 10:11-13). Claro está, declarándose pecador y dolido por haber ofendido a Dios, pedimos misericordia para ser perdonado, aceptando que Cristo murió y derramó su sangre para darnos vida eterna. Esto es creer y aceptar, para no depender de la religión o en nuestras propias ideas para ser salvo.

LA ADORACIÓN A LAS IMÁGENES

“Antes digo que lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero que vosotros os hagáis participantes con los demonios” (1Cor.10:20).
El versículo anterior alerta que el inclinarse ante las imágenes se lo hace ante el Diablo (Lucas 4:6-7). Muchos viven en esta idolatría, entonces Satanás les ayuda en sus deseos. “Los ídolos de las naciones son plata y oro, obra de manos de hombres. Tienen boca, y no hablan; tienen ojos, y no ven; tienen orejas, y no oyen; tampoco hay aliento en sus bocas. Semejantes a ellos son los que los hacen, y todos los que en ellos confían” (Salmo 135:15-18).

Muchas de ellas son de madera “Corta cedros, y toma ciprés y encina, que crecen entre árboles del bosque; planta pino, que se críe con la lluvia”. “…Parte del leño quema en el fuego; con parte de él come carne, prepara un asado, y se sacia; después se caliente, y dice: ¡Oh! Me he calentado, he visto el fuego; y hace del sobrante un dios, un ídolo suyo; se postra delante de él, lo adora, y le ruega diciendo: Líbrame, porque mi dios eres tú” (Isaías 44: 14-17). El pintar retratos religiosos, Dios advierte: “No haréis para vosotros ídolos…ni pondréis en vuestra piedra pintada para inclinaros a ella; porque yo soy el Señor vuestro Dios”, “…No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen” (Lev 26:1; Éxodo 20: 3-5).

Cargar en los hombros una imagen no es sacrificio agradable a Dios. ¡Cuidado! la Biblia dice: “¿A quién me asemejáis, y me igualáis, y me comparáis, para que seamos semejantes? Sacan oro de la bolsa, y pesan plata con balanzas, alquilan un platero para hacer un dios de ellos; se postran y adoran. Se lo echan sobre los hombros, lo llevan, y lo colocan en su lugar; allí se está, y no se mueve de su sitio. Le gritan, y tampoco responde, ni libra de la tribulación. Acordaos de esto, y tened vergüenza; volved en vosotros, prevaricadores” (Isaías 46:5-8).

Lector doblemos rodillas ante el Nombre de Jesús, pidiendo perdón y aceptemos su sacrificio de cruz; puesto que así hallamos el camino para nuestra salvación y no por medio de las imágenes (Fil. 2:9-10).

EL CARÁCTER DE UN CRISTIANO

   El cristiano era un hombre completamente condenado en cuanto a su vida anterior. En el momento que se entregó al Señor, reconoció ser pecador y que vivía en la carne haciendo toda clase de maldad.  Miró su juicio en la persona de Cristo en la cruz, un juicio completo, pues, observó a Jesús hecho pecado, su sustituto; que al clamar perdón y reconocer a Jesús como su salvador, el pasado hombre terminó allí en ese momento (2a Cor. 5:21; 1 Pedro 2:24).  Es por eso que el apóstol Pablo dice: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1ª de Corintios 2:2). 

   El cristiano dice: Como pecador, yo estaba en Adán; en el momento que creí en el Señor Jesús, hallé, la condenación de mi primer hombre, pues con él morí al mundo.  Pero ahora soy nuevo hombre, una nueva creación. Todo lo que poseo, lo tengo de parte de Dios; fue por los méritos de su Hijo;  quien ha hecho de mí todo lo que soy.  Mi origen viene de Él. Si poseo alguna sabiduría, alguna justicia, alguna santidad, es en Cristo. En esta posición no hay lugar alguno para el viejo hombre, nací de nuevo; fuera de Cristo nada puedo atribuirme de lo que soy “Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que gloríe, gloríese en el Señor” (1ª de Corintios. 1: 30-31). 

    Por último, el cristiano posee el Espíritu de Dios, el poder de la nueva vida, que le capacita para comprender las cosas divinas.  Éstas son reveladas en la Palabra de Dios; está caracterizado por un poder espiritual que se somete a esta Palabra, la lee y la obedece “… hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez;  y sabiduría,  no de este siglo,  ni de los príncipes de este siglo,  que perecen.  Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio,  la sabiduría oculta,  la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria” (1ª de Corintios 2:6-7). 

     En cambio el hombre natural, sin Cristo, no cree y no se ha arrepentido; nunca ha depositado su fe en el sacrificio de Cristo para el perdón de sus pecados; no entiende nada y su fin es el juicio eterno en el infierno, este es el falso cristiano (1ªCor. 2:14-15; 1ª Timoteo 5:24; 2ª de Pedro 3:7).